Monthly Archives: October 2014

Elementitis & Aboutitis

In his book “Making learning whole”, David Perkins talks about two widespread diseases of the educational system, namely “elementitis” and “aboutitis”.

Elementitis has to do with learning the elements of a discipline without seeing the big picture. Elementitis prevents students from understanding what is the purpose of the topic considered, rising their levels of frustration, apathy, and boredom. This disease is widely spread across the world when it comes to learning some important subjects, such as math. Students spend literally years learning topics in algebra, calculus, or statistics without immediately seeing their application. Imagine a cooking school where cooks-to-be learn how to bake doughs for years without even mention the word “pie”. It would be non-sense. But that is exactly what occurs in the math realm. High school students learn how to multiply or invert matrices, but they have no idea what matrices are for. When teaching foreign languages, some schools start teaching the elements of writing, grammar, and even style, without really practising oral skills. What is the point of doing this? I have seen hundreds of students able to understand something written in a foreign language, but totally incapable to actually speak more than a few sentences in such a language. My favourite example is how some teachers make (or pretend to make) their students learn English irregular verbs. Students have to learn by heart an endless list of verbs with three columns, such as eat-ate-eaten. Can there be a worse way to teach irregular verbs? This awful method is also applied to phrasal verbs, vocabulary, and so on. Unfortunately, math and languages are not the only examples of subjects infected with elementitis. History, chemistry, physics, or literature, to name a few more, could have been used as examples as well.

At the opposite end of the spectrum, programming applications such a Scratch from MIT give immediate feedback to programmers and a rewarding sense of utility. It is not a coincidence that Scratch has become so popular among young students. Scratch philosophy is in line with Perkins’ recommendation to avoid elementitis, namely start by playing a simple version of the whole game from the very beginning. As mentioned, this is easier said than done, but the point is there: innovation is needed to extrapolate the philosophy of Scratch to other spheres.

Aboutitis is related to the inability of students to learn a specific subject in full. There are so many subjects to learn and time is so limited, that teachers cannot go deep into any subject, they content themselves with scratching the surface. As a result, students are able to recognize the topics (“I have seen this before”, “that rings a bell”) but have not really grasped the rewarding deep insights that were awaiting them one or two steps further. Aboutitis prevents students from continuing learning on their own based on the knowledge acquired in the classroom. The building blocks on which their knowledge is based are not solid, but slippery. Sadly enough, aboutitis leads to covering the same topics again and again year after year at school, which again entails ample boredom and frustration. From my own experience, I can tell that my children, when learning English as a foreign language, have “learnt” the difference between present simple and present continuous for seven or eight consecutive years each.

Being aware of the existence of the two diseases, elementitis and aboutitis, is the first step to coming up with new, disruptive ways of teaching and learning. This transformation should occur at two levels. First, teachers in the classroom should try to teach fewer topics better and give an immediate sense of usefulness trough simple examples or experiences. Second, when designing an educational path, the whole body of knowledge to be taught should be split differently and coordinated in such a way that these two diseases are avoided. As I said, easier said than done, but for sure it is worth trying.

References
Perkins, D. “Making learning whole. How seven principles of teaching can transform education” Jossey-Bass, 2009, San Francisco, CA.

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Zaragoza, ciudad de semáforos

Desde hace algunos años, percibo una sensación generalizada entre mis conciudadanos y los muchos visitantes con los que converso de que el número de semáforos instalados en Zaragoza es ciertamente desmesurado. Como digo es solo una percepción, pues mis varios intentos de conseguir información contrastada sobre Zaragoza en relación con otras ciudades similares siempre ha quedado en poca cosa. El ayuntamiento de la ciudad ofrece información pormenorizda sobre asuntos variopintos, como el censo de animales peligrosos, pero en cuestiones “semafóricas” es menos que parco.

Los defensores de los semáforos, que los hay, y muchos, entre ellos las asociaciones de vecinos o el ayuntamiento que decide si accede a ponerlos de oficio o ante una petición ciudadana, aducen que éstos mejoran la seguridad vial del peatón y son por tanto deseables desde el punto de vista del planificador social (¿así se traduce “social planner”?). Sin embargo, al razonar así se pasan por alto dos aspectoa esenciales que cualquier planificador social debería tener muy en cuenta: 1) para resolver un problema debe conocerse y atacarse su causa raíz y 2) los “castigos” impuestos a los ciudadanos deben ser para quienes realizan acciones perjudiciales para el conjunto de la sociedad y en relación directa con la acción realizada. Según este último criterio tiene sentido, por ejemplo, poner un impuesto elevado al tabaco y el alcohol, pero no cobrar un “céntimo sanitario” a los transportistas aprovechando la baja elasticidad de la demanda de carburantes con respecto a su precio.

En el caso que nos ocupa, cabe preguntarse cuál es la causa raíz principal que origina la insidiosa proliferación de semáforos en nuestra ciudad. Mi teoría–al margen de que existen intereses espurios, según oigo de fuentes más o menos malintencionadas–es que aumentar el número de semáforos es la solución cómoda y fácil a un problema de fondo: los automóviles de la ciudad no respetan a los peatones en los pasos de cebra. En muchas ciudades del centro y norte de Europa, así como en Estados Unidos, los automóviles son mucho más respetuosos con los viandantes, especialmente en los pasos de cebra. El respeto a la parte más débil es, en general, algo natural, admitido y asumido por todos. En España, y Zaragoza no es una excepción, cruzar por un paso de peatones puede ser una temeridad y el peatón tiene asumido un papel de víctima ante el automóvil. Tanto es así que no es infrecuente ver a peatones dar las gracias a los conductores que paran para cederle el paso. Es tremendamente significativo que así sea. Ante esta distorsión, el planificador social decide proteger al peatón (lo cual es loable) pero no lo hace como debería, atancando la raíz del problema, es decir, multando al automóvil que no respeta al peatón que cruza, sino que lo hace de forma errónea, en este caso abusando de los semáforos. Un semáforo, igual que un stop (el abuso del stop también da para escribir un libro), debería usarse de forma asidua pero no frecuente, cuando no hubiera otros medios para lograr el objetivo que se persigue.

Abusar de los semáforos no solo detiene a los conductores durante un porcentaje no menor de su recorrido con la consiguiente pérdida del tiempo marginal más precioso del día, sino que tiene un efecto pernicioso aún mayor: crea un círculo vicioso, porque modifica a peor el comportamiento y el estilo de conducción de los automovilistas, lo cual lleva a la implantación de nuevos semáforos. Y es que un porcentaje significativo de conductores va de luz verde en luz verde como si jugara al juego de las sillas, para evitar “caer” en el siguiente semáforo en rojo. Por eso va a demasiada velocidad, acelerando y frenando bruscamente si es preciso para pasar por los pelos el semáforo en verde o en ámbar o incluso en rojo. Este comportamiento es ciertamente peligroso, ya que aumenta el stress de los conductores en general (el stress es contagioso) y supone un mayor peligro para los peatones. ¿Cómo reacciona el planificador social? Pues poniendo aún más semáforos, lo que cierra el círculo vicioso. De seguir así, no pasará mucho tiempo hasta que los conductores comiencen a saltarse asiduamente los semáforos rojos a pesar de arriesgarse a perder puntos del carnet de conducir, como pasa en ciudades como Madrid o Barcelona. Y más tarde, en fin, veremos conductores circular sin puntos, como sucede en cierta medida en el Reino Unido.

¿Qué debería hacerse? En mi opinión la solución pasaría por medidas del siguiente tipo:

1) Sancionar a los conductores que no respetan los pasos de peatones (la inmensa mayoría de ellos según mi percepción, de nuevo admito que la evidencia en la que me baso es solo anecdótica). Cambiar esta actitud es difícil, pero no imposible. Más difícil parecía que la velocidad media en carretera bajara significativamente (era de 140km/h en autopista!) y se ha conseguido en unos pocos años.
A cambio, sería posible:
2) Eliminar un buen porcentaje de los semáforos de la ciudad, especialmente de las rotondas, las calles de un solo carril y las zonas menos transitadas.
3) Permitir siempre el giro a la derecha de los automóviles cediendo el paso (luz ámbar intermitente) aunque el semáforo para continuar de frente esté en rojo. Esto sucede actualmente solo en unos pocos cruces de la ciudad. En otros países, como Estados Unidos, este giro a derecha está permitido por defecto, aunque no haya luz ámbar intermitente.
4) Generalizar el uso de los pulsadores para peatones a, quizás, dos tercios de los cruces con semáforo actuales. En el Reino Unido esta medida está ampliamente generalizada.
5) Sincronizar algunos cruces regulados con semáforos que se diseñaron de forma “desafortunada”.

Con estas sencillas acciones la variabilidad de la velocidad de los vehículos sería claramente menor y la velocidad media mayor: Habría por consiguiente una mejoría extraordinaria en la circulación de vehículos de la ciudad, con los importantes ahorros de combustible y vehículo (incluyendo autobuses y furgonetas de reparto), tiempo, estrés, contaminación atmosférica, contaminación acústica y un no menos importante coste de oportunidad. Ciudades sin semáforos como Portishead en Holanda, Drachten en el Reino Unido y Écija en España han ido icluso más allá de esa transformación.

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